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¿Quién soy para Dios?

Responder a la pregunta de ¿Quién soy, qué tengo y qué puedo hacer? corresponde a un proceso complejo que es distinto para cada quien, pero un buen inicio, es poder  formulárnosla.  Antes yo basaba mi respuesta en la realidad que estaba enfrentando, cómo me sentía y la percepción que tenía de mí misma. No obstante, me di cuenta de que estos referentes me llevaban a vivir en una montaña rusa de emociones que me generaba mucha confusión.

Un día me sentía la mujer maravilla y el otro día me sentía peor que un gusano. Estos altibajos emocionales me llevaron a la conclusión de que mis referentes estaban equivocados y que debía hacer algo al respecto. Así que decidí ir a la fuente, a mi origen, a mi Padre celestial que es perfecto, porque nunca cambia. Dios no está sujeto a la realidad humana ni a las emociones o incluso a la distorsión que puede provocar una percepción subjetiva.

Fue a la luz de todas estas cosas que yo decidí que las palabras de mi creador serían las que regirían mis líneas de pensamiento de aquí en adelante. Que sus palabras me iban a gobernar y lo que Él dijera sobre mi identidad, lo que tengo y lo que puedo hacer, eso sería lo que iba a creer y lo que me gobernaría cada día. Así que dejé de buscar opiniones de otros seres humanos con los que trataría de definirme. Incluso dejé de darle méritos a mi propia opinión y me dediqué a estudiar lo que está registrado en las Escrituras bíblicas.

Entonces, descubrí que soy muy valiosa, que tengo muchísimas cosas y soy muy poderosa según la opinión de mi Padre celestial. Esta decisión de creerle a Él ha sido fundamental en mi caminar como intercesora profética, porque me ha permitido estabilizar mis emociones, batallar con los pensamientos negativos que se generan en mi mente y enfrentar de una forma sana la opinión de las personas, tanto de las que me conocen como las que creen conocerme.

La verdad de mi Padre se ha convertido en un escudo de protección a nivel mental y emocional que me ha protegido, guardado y me ha hecho fuerte ante la adversidad. Cada vez que me caigo, peco o fallo en mis objetivos, recuerdo quien soy, que puedo y que tengo según mi Padre, y esto me ha dado la fuerza para levantarme, corregir mi caminar y volver a intentar de nuevo dar en el blanco.

A parte de todo esto, conocer mi identidad también me ha permitido tener una relación profunda e íntima con mi Creador. Y pude evidenciar que era real porque vi el contraste en mi propia vida. Antes yo basaba mi relación con Dios en lo que yo hacía para Él, porque de alguna manera quería impresionarlo, ganarme Su favor y agradarle. En lo profundo, la mayoría del tiempo pensaba que no era agradable para Dios, pero esto empezó a cambiar cuando comencé a estudiar las Escrituras y aprendí que mi Padre pensaba bien de mí, y no solo lo pensaba, sino que Él sabía exactamente quién era yo, ¡y me amaba tal cual me creó! Yo era agradable para Él no por lo que hacía, sino por quien yo era.

Entonces, descubrí que Él no solo se acerca a mí cuando hago que las cosas marchen bien, sino también cuando las hago mal para poderme ayudar, orientar, corregir y levantar. Que sus palabras no son para destruirme o descalificarme, sino para sanarme y restaurarme. Antes, yo me alejaba de Él cuando fallaba o pecaba, porque me sentía avergonzada y creía que lo había desilusionado, pero todo esto era una falacia de mi mente que no entendía ni había aceptado la verdad de mi Creador cuyo amor como Padre es incondicional e inconmovible.

Ahora, en vez de correr y huir avergonzada de Su presencia, corro a Él para buscar su protección, su cuidado, ayuda, dirección, corrección y consuelo. Sé que las puertas de su presencia están abiertas para mí, no por mi propia justicia, sino por la justica de Yeshúa, y puedo ser atendida por Él. Esto no depende en nada de lo que hago por su Reino, ni por mi oficio ministerial, sino solamente por el hecho de que Él es mi Padre y yo soy su hija.


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